LIBROS DE CINE (4): EL DIRECTOR ES LA ESTRELLA | Peter Bogdanovich
LIBROS DE CINE . NOTASEL MUNDO… CREO QUE EL MUNDO ESTÁ ENFERMO
por Rodrigo Buedieman
Who the devil made it
Peter Bogdanovich
T&B Editores, Vol. 1 (382 páginas) – Vol. 2 (285 páginas)
Cuando le preguntaron cuáles eran sus directores preferidos, Howard Hawks respondió: “Me gusta cualquiera que te haga darte cuenta quién diablos ha dirigido la película”. La frase en su idioma original, “Who the devil made it”, es el título original del libro de entrevistas que Peter Bogdanovich publicó en 1997: “¿Quien diablos la hizo?”. Un iluminado lo editó en dos volúmenes en el 2007 bajo el nombre de “El director es la estrella”. El año pasado, la misma editorial española responsable de dicha edición, se redimió con una atractiva reedición en un solo tomo con el hermoso título correcto.
Peter Bogdanovich, además de ser un gran director, es una intermediario esencial de la cinematografía norteamericana. Siempre ha intentado mantener viva la cultura de su país, aún al día de hoy. Su última película de ficción estrenada hasta el momento, She’s funny that way (2014), es un claro ejemplo. La inclusión de Tarantino en la secuencia final no es caprichosa. Es imposible pensar una película como ésta en pleno siglo XXI omitiendo la existencia de La pícara puritana (1937) de Leo McCarey, director incluido en las entrevistas de este libro.
El cine en Estados Unidos, fundamentalmente en el corazón de la ciudad de Los Ángeles, es un motor económico esencial que pone en funcionamiento la maquinaria industrial. El cine clásico de Hollywood, a través del viejo sistema de estudios, fue el responsable del posicionamiento. Pero las películas no solo eran un parque de diversiones, entretenimiento puro y duro, por detrás de las imposiciones del estudio, se podía leer un método encubierto, una mirada, una creencia, una critica a la sociedad, una forma de pensar la vida circundante, y una infinidad de axiomas que no hacen más que desarrollar y modificar la cultura. Una aparato expuesto a la luz tiene ese maravilloso poder, la magia del cinematógrafo. Los primeros en detectarlo fueron los jóvenes críticos franceses de los años sesenta, pero en el interior de la crítica norteamericana, nunca hubo tal reconocimiento hasta muchos años más tarde. Fue la gran lucha que durante toda su vida tuvo John Cassavetes, el reconocimiento fuera de su país, y en el seno de los Estados Unidos, la imposibilidad de filmar libremente si el financiamiento no era producto de su propio esfuerzo. Algo similar podemos ver hoy en Brian De Palma, quien filma con aportes de capital europeo; un verdadero disparate.
Bogdanovich tenía la intención de convertirse en un director, y que otra forma mejor, pensó, sino es preguntarle a los grandes maestros de que se trato eso de dirigir una película. Aquello que puede parecer una obviedad, a veces queda por fuera de toda conciencia. Cuando Bogdanovich llega al mundo del cine, la industria estaba en plena transición, era el ocaso del sistema de producción de estudios. Todos esos grandes directores estaban vivos. Entrevistarlos era más una evidencia que una consecuencia. Es algo así como saber que hoy Kim Novak y Tippi Hedren están vivas, y no entrevistarlas. En el trayecto dejó grandes testimonios, un libro sobre Lang, uno sobre Welles, producto de una gran amistad, un gran libro sobre Ford y su maravilloso documental. Es indudable que sin el constante hostigamiento que ejercía sobre los entrevistados, una parte importante de la memoria del cine se hubiese perdido, porque sí, realmente son testimonios. La entrevista que publica en marzo de 1972 para la revista Esquire (incluida en el libro), evidencia su preocupación por la Historia. Probablemente nadie en Estados Unidos hubiese considerado importante entrevistar al director de dibujos animados Chuck Jones, y dejar constancia de cómo era el proceso de producción en los diferentes estudios.
El volumen uno, se compone de las entrevistas a Allan Dwan, Raoul Walsh, Fritz Lang, Josef von Sternberg, Howard Hawks y Alfred Hitchcock. El volumen dos, a Leo McCarey, George Cukor, Edgar G. Ulmer, Otto Preminger, Joseph H. Lewis, Chuck Jones, Don Siegel, Frank Tashlin, Robert Aldrich y Sidney Lumet.
Aquella falsa sentencia en que no hay que escuchar lo que los directores tienen para decir sobre sus propias películas, se comprueba en estas entrevistas. Gran parte del mérito pertenece a Bogdanovich, quien ha visto sus películas reiteradas veces, y le permite interrumpir el diálogo con precisiones que habilita que el director entrevistado desarrolle su poética. Hay una estima y admiración entre mucho de ellos, esto se ve reflejado en el libro, pero es una obviedad decir que todos los directores tienen aproximaciones diferentes. El denominador común, ya teorizado, comprobado y hasta asumido por gran parte de los directores, es lógica de la transparencia en el uso de la cámara. Lo que el libro vislumbra o uno puede concluir, son sus razones, que parecerían ser más de orden práctico que teórico. El sistema de estudios, no se definía solo por directivas de los grandes magnates como Darryl F. Zanuck, Jack Warner o Louis B. Mayer, lo que podemos denominar como escala jerárquica era una condición primaria. Nadie se transformaba en director de un día para el otro, el oficio se aprendía observando a los que lo ejercían. Muchos de ellos han llegado a ser directores sin desearlo o proponérselo. Es una posible forma de intentar comprender a George Cukor cuando afirma que la censura surgió por falta de elegancia. El camino empezaría en la práctica, su ejercicio posibilitó una teoría, lo importante es sugerir, concluye Cukor, “hay una cosa que no se puede censurar: el pensamiento”.
Bogdanovich le pregunta a Don Siegel, “En La invasión de los ladrones de cuerpos (1956), ¿usted hace una critica de la sociedad americana en particular, o del mundo?”, quizás tenga razón, y el mundo esté enfermo, quizás no. Las entrevistas son una gran oportunidad para aventurarse en el subtexto que proponen las imágenes, porque a fin de cuentas, como dice Otto Preminger, lo importante no es tener úlceras, sino causarlas.
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