LIBROS DE CINE (6): Revista de Cine, LA VIDA ÚTIL N° 3
LIBROS DE CINELOS NUEVOS MUTANTES, LOS PASADORES
por Rodrigo Buedieman
Revista de Cine, LA VIDA ÚTIL N° 3
Marzo 2020, 185 páginas
La decisión de publicar en papel conlleva una serie de procedimientos y pretensiones previamente planificadas. Hubo un tiempo en que el objeto material era la única opción de compartir un saber de manera masiva. Probablemente hoy sea el método más costoso, y frente a un sitio web, un blog o un posteo en una red social, pierda cierta inmediatez que parecería estar demandando el lector en tiempos de streaming. Habría que revisar con detenimiento si efectivamente se está perdiendo algo, quizás sea generacional, pero tiendo a pensar que no. Es innegable la comodidad de poder llevar en un dispositivo una infinidad de ebooks que se pueden obtener con un solo click. Al igual que el ejercicio de la crítica, la publicación no es y no debe ser un mero deseo de satisfacción personal. Poner en circulación aquello que se considera imprescindible, implica una férrea voluntad y una resistencia. Lo que habría que definir es contra qué o quién.
No recuerdo con exactitud, pero deben ser alrededor de unos diez años cuando leí la edición española de Mutaciones del cine contemporáneo; ese compendio disperso que puede proveer al lector aquello que promete y cumple el tedioso Análisis estructural del relato de Barthes: un cierto orden frente a la disparidad. Tedio en tanto vencimiento producto del esfuerzo consciente de adquirir herramientas que permitan organizar nuestras sensaciones, aquello que nos sacude; nada más lejano al aburrimiento. No necesariamente la introducción y producción de conocimiento debe ser algo divertido y placentero. Me encontraba en Asia por poco más de un mes, y por alguna extraña razón recuerdo que era miércoles por la noche. Mientras cenaba en el restaurante del hotel, iban pasando las páginas de esa primera relación epistolar que proponía el libro. Ya estaba familiarizado con la edición chilena de Las guerras del cine: cómo Hollywood y los medios conspiran para limitar las películas que podemos ver de Rosenbaum, pero aquí la relación que se establecía con la cinefilia era otra. De alguna manera, la preocupación era descubrir si en otro lugar del mundo, la relación que los seres humanos entablamos con el cine se realizaba de la misma manera, o si al menos tenía algún rasgo en común. Brenez hacía una distinción entre una cinefilia clásica y una moderna, en la que esta última se había convertido en una forma de vida, como si por momentos la vida y el cine fuese un fundido indistinguible. Haciendo una analogía de la cita que Bellour hace uso de Daney (también incluido en las primeras cartas), “Existe el cine norteamericano, y luego está el resto”, están aquellos para los que el cine es una práctica que se piensa en función de cuantas horas por día le podemos dedicar a ver a películas, y está el resto.
Que la Argentina es un país cinéfilo es una evidencia. En un temprano 1933, mediante aforismos que no se proponían como regla, Nicolás Olivari publicaba El hombre de la baraja y la puñalada en referencia a William Powell. En su Elogio de Marlene Dietrich escribía: “El cinematógrafo nos permite estas aventuras mentales”. Sus escritos no tienen la rigurosidad de un contemporáneo suyo como Jean Epstein, pero en esos textos prematuros ya se podía intuir la sugerencia de la inevitable relación de tratar de entender la convergencia entre el cine y la vida. La cantidad de libros sobre cine que se editan cada año en nuestro país, es una prolongación de aquello que empezó a principios del siglo XX. Pero el admirable trabajo que realizan editoriales como Caja Negra, Cuenco del Plata y algunas cuantas más, continúan el lineamiento que llevaba adelante Paidós con su sección Comunicación/Cine, que seguramente por no dar los réditos económicos que exige un monstruo editorial desapareció de un día para el otro. Aquel gran catálogo de textos (Metz, Bordwell, Aumont, Kracauer, Cavell, la hermosa colección La memoria del cine, por solo nombrar algunos) actualizaba un tiempo pasado, y quienes los desconocíamos, podíamos interpelar la Historia y Teoría del cine desde un tiempo presente. La revista en cuestión es de una gran singularidad (al menos es lo que constata mi ignorancia), porque se suscribe al presente y se proyecta al futuro, y eso no es moneda corriente en la publicación argentina. La gran preocupación que atraviesa el número es qué está pasando en el mundo en materia de cine, qué es aquello que está ocurriendo y no nos estamos enterando, y (muchas de ellas) con una rápida búsqueda en youtube podemos descubrir. Y si se trae algún texto o cuerpo del pasado es para cuestionar nuestro presente (independientemente de si aquella constatación es posible verificar), el texto Kohon/Kuhn es claro ejemplo; de todas maneras, lo que importa es el gesto.
El número empieza con la misma estructura de cartas que proponía Movie Mutations, el intercambio se suscribe entre los editores de la revista. Sin embargo, no se trata de reconfigurar la crítica cinematográfica, aquello que Quintin mencionaba en las segundas cartas originales a propósito de la propuesta de las primeras. Ya no es marcar un nuevo “hito” en la historia de la crítica, más bien, posicionar el punto de partida consciente que no puede dejarse a un lado. Por suerte “la muerte del cine” ya es una cuenta saldada (al menos para algunos), no se trata de reconfigurar, los links con descarga o contraseña, los archivos torrent, patiodebutacas, avistaz, el streaming, los discos rígidos llenos de películas ya lo han hecho por nosotros. Nuestra cinefilia es otra, el ejercicio de la crítica puede trascender al infinito las variantes colaboradores, partisanos, francotiradores que exponía Brenez. Se podría decir que hay tantas como lugares de exposición existentes. En la muy buena entrevista que le realizan a la propia Brenez para la revista se afirma: “Internet ha cambiado la cinefilia”. La conciencia se evidencia con la última sección, los estrenos, algo que ningún sitio circunspecto puede obviar, lo que no se esconde es tan importante como lo que se esconde.
Las crónicas europeas son realmente maravillosas, probablemente sea lo mejor del número. Es verdad que hay que tomar posiciones, pero muchas veces he visto a críticos hablar o escribir desde un lugar de privilegio, afirmando qué es lo mejor o lo único que vale la pena ver. Hay cierta sensación de que trabajan para nosotros, y solo falta que reverenciemos un agradecimiento por no habernos hecho perder el tiempo. Es verdad aquello que afirma Brenez en la entrevista, no hay tiempo para la basura, pero dar a conocer un nuevo horizonte no es lo mismo que marcarlo. Esa es la diferencia de un verdadero cinéfilo, no es imponer agenda, o el yo crítico por encima de la obra, aquello que se considera que es tan grande como para calcularlo es lo único importante. De eso se tratan las crónicas.
La mayor parte de la revista se centra en un dossier de la década parte uno, dando a entender que continuará en los próximos números. Hay una sección donde invitan a críticos latinoamericanos a realizar un doble programa de películas que consideren importantes en sus respectivos países de origen. La lógica es la que atraviesa todo el número, qué es aquello de lo que no nos hemos enterado, a sabiendas de que es imposible abarcarlo todo. El dossier central podría definirse como la década Argentina o a partir de la mirada Argentina. Y acá considero que hay un texto esencial y quizás sea el más importante de toda la revista (no necesariamente en tanto superador), al menos en términos simbólicos. Desestimar lo popular no solo es excluir, sino tomar partido de una disyuntiva identitaria, “esto y aquello”, “lo ajeno y lo propio”, como si priorizar fuese aquello que hay que anteponer por sobre todas las cosas, un poco como el yo crítico que mira el mundo desde su propio púlpito.
La estrella del número es Pedro Costa, del que hay una nota, una entrevista y le dedican la tapa de la revista. No es muy interpretativo decir que la figura del director portugués es quien consideran lo más importante de la década. Sin embargo, la nota literalmente en la página cien (de las ciento ochenta y cinco que tiene la revista), ubicando casi la centralidad y la más extensa de todo el número, es la dedicada al universo de Marvel. Quien haya leído comics, sabe que encontrar un equivalente cinematográfico en la transposición no es una tarea sencilla, es un tanto ingenuo minimizarlo a un parque temático como ha hecho Scorsese. La congregación de miles de espectadores en tiempos de streaming, que a su vez permanecen en la sala oscura mientras se suceden los interminables créditos que conlleva una superproducción, no es algo para tomarse a la ligera. La construcción de la franquicia tuvo un plan, y eso en el Hollywood contemporáneo no es frecuente. Si fuese tan simple, a DC le hubiese ido de la misma manera, y no es el caso. Probablemente, el día que se propongan seriamente llevar a la pantalla Crisis en las Tierras infinitas, la historia sea otra. La convivencia entre Pedro Costa y Marvel como si fuese un hecho natural, es digno de admiración. Como dice la nota, la exigencia que propone la experiencia, puede resultar agotadora.
Recuerdo que un profesor nos decía, cuando uno va a un festival, tiene que aceptar que está yendo a perder. No se puede ver todo, y en caso de que uno se empecine en hacerlo, va a terminar perdiendo igual, a menos que tenga alguno de los superpoderes de los agentes de marvel y pueda retener todo lo que uno ve. En la entrevista, Brenez dice algo similar, no tenemos suficiente tiempo, pero está bien, así es la vida. Uno tiene la impresión que la revista transita ese camino en un intento desesperado de un conjurar un tiempo. Si se la compara con su contemporánea Revista de cine, donde se debate si es mejor el Fritz Lang de Alemania o el de Estados Unidos, fácilmente se puede comprobar quienes verdaderamente tienen una preocupación sobre su presente. Es entendible que un integrante de la misma revista no comprenda el flautazo y crea que sus películas son las películas malditas. Posiblemente, el ingenio de su nombre esté en sincronía con su propuesta.
En el documental para la televisión, Cineastas de nuestro tiempo, durante el episodio dedicado a John Cassavetes:
André Labarthe: ¿Te gusta el jazz?
John Cassavetes: Sí, me gusta toda la música. Es buena. Te da ganas de vivir. El silencio es muerte.
AL: ¿Te apetece hacer un musical?
JC: Sí.
AL: ¿Sí? ¿Con bailes y todo?
JC: Sí, un musical. Solo uno.
AL: ¿Solo uno? ¿Ya has escrito la historia?
JC: No, no la he escrito. La escribió Dostoyevski: Crimen y Castigo. Me gustaría convertirla en un musical.
La revista es un poco eso, aquello que ya vimos muchas veces, pero que siempre puede convertirse en música. Es como escribe Pere Portabella en el prólogo de Movie Mutations, más que un libro, es un escenario, un lugar donde se acumulan propuestas, sugerencias, caminos abiertos al pensamiento, a la polémica y a la provocación. No he leído los números anteriores, quizás tanta convicción sea la causa de la ausencia de los últimos dos. Es una posible consecuencia del profundo amor al cine. Probablemente aparezcan en números posteriores.
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