Repertorio de ciudades desaparecidas | Denis Côté (2019)
ESTRENOSSOBRE EL MIEDO Y LAS PRESENCIAS EXTRAÑAS
por Mariana Petriella
Répertoire des villes disparues
Denis Côté
Canadá, 2019, 97 minutos
Un sitio puede ser malo en varios sentidos, puede cercar a las personas con un miedo atroz, o sumergirlas en un hastío perdurable, puede rodearlas de hipocresía, de enfermedad o desamor. Paradójicamente, ese mismo sitio que de algún modo impide llegar a ser, suele provocar a la vez una sensación de seguridad, de pertenencia, de que la vida allí puede ser posible. Aunque se trate de una vida fantasmal.
Simón, joven habitante de Iréneé les Neiges, un pequeño poblado en Quebec, muere en condiciones dudosas, un accidente inexplicable. Ni bien comienza la película vemos su auto girar sin razón, a toda velocidad y estrellarse al costado de un camino desierto y nevado, el paisaje expresa la plenitud de la crudeza invernal. A partir de ese momento, su muerte flota en el aire como un interrogante insidioso. Se cuela en todas las conversaciones. ¿Tal vez fue un suicidio? No es posible saberlo y muy doloroso intentar imaginarlo. Es un hecho muy difícil de aceptar para los lugareños. Así, trágicamente y sin rodeos se plantea el inicio de la historia. El argumento se enfoca en las dificultades que experimenta la comunidad para procesar esta muerte temprana e inadmisible. Su familia, la alcaldesa, amigos y vecinos se conectan en diversas situaciones de la trama, que se despliega en torno al duelo imposible. La atmósfera es rara, envolvente e imprevisible. El giro hacia lo sobrenatural se concreta cuando Simón, luego de unos días de muerto, se aparece a su madre primero, luego a su hermano. Mientras tanto, otras apariciones comienzan a suceder en todo el pueblo, para lo cual no hay explicación posible. El intento de una psicóloga que llega para asistir la situación no es bienvenido. Todo esto se percibe en dosis justas, logrando un efecto hipnótico y gradual. Nada de los sobresaltos típicos del terror. No es una película de sino más bien sobre el miedo. Este carácter reflexivo resulta fascinante.
Por un lado parece una estampa costumbrista presentando el panorama de personajes y situaciones de un minúsculo y aburrido pueblo de mineros, también aborda a la muerte y su metafísica. El abismal mundo de los muertos convive con las disyuntivas terrenales que atraviesan los protagonistas (si montar o no un negocio, mudarse a vivir en pareja o largarse de inmediato a cualquier otro lugar). Se acerca al género fantástico, al terror, al drama psicológico. Pero no se apega estrictamente a ninguno. Es híbrida y delicada porque maneja una sutileza muy particular respecto a los tópicos. Tal vez la categoría de lo raro o extraño dentro de las variaciones que ofrece el fantástico sería la más adecuada. Y en algún sentido es más que nada una película muy conceptual, debido a la cualidad de inducir a pensar el miedo, la muerte. Sus ritmos, preferentemente lentos, las imágenes casi monocromáticas y un especial tratamiento del material sonoro se adaptan perfectamente a este rasgo que tiende a detenerse en el concepto del miedo, más que en sus efectos.
¿Qué significa morir? Es el rechazo a seguir adelante, a la longevidad, a prolongar la vida cuando no se le encuentra un sentido a ello. En el contexto de la película adquiere otras características. La sombra del suicidio como alternativa al sinsentido envuelve una y otra vez a los personajes (como sucede en la realidad de muchas sociedades de la modernidad) En varias escenas se los ve sufrir por una u otra razón, sean jóvenes o adultos, tolerando en gran medida su existencia, aunque no encuentran metas, siguen boyando a la deriva sin saber qué hacer en medio de un gran desconcierto.
Prolongar la vida es un logro de la modernidad, que en cierta forma, rechaza la muerte, ha querido desaparecerla, retardarla. Porque es inaceptable, lo aprendido es que morir es aterrador. La imaginación expectante sobre los muertos también es algo prácticamente negado. La película baraja estos conceptos, parece jugar con ellos, invertirlos. Parece hacer una declaración de amistad hacia la muerte. Parece reivindicar la memoria de los muertos como algo vital, muy cercano. No una memoria ocasional que en realidad significa el olvido (de los muertos, mejor, no se habla)
¿Cómo viven los vivos con los muertos? ¿Aparecen los muertos para ayudar a resistir la decadencia del pueblo? ¿Es posible verlos como las personas que fueron y mantener su memoria viva? Para la familia de Simón el contacto es valioso. Su aparición funciona como revelación, casi como una epifanía que logra torcer sus destinos trágicos. “Es reconfortante saber que los muertos nos cuidan” dice su madre luego del contacto con él. Es mucho más significativo el intercambio entre vivos y muertos que, por ejemplo, cumplir los rituales mortuorios usuales y sociales, reducidos a escenas acartonadas para las que no se encuentran palabras que puedan nombrar el dolor propio ante los demás. Como si ese intercambio pudiera achicar las barreras de lo infinito y del tiempo que separan el mundo de los vivos del de los muertos. Como si se pudiera, por fin dejar de rechazar a la muerte.
La lucidez de lo irracional.
“Pero ¿existe algo más horrible que alguna vez pueda convertirse en realidad, y es ese algo lo que me aterroriza tanto?” Katherine Mansfield. Diarios, 1914.
¿Cuál es la base del miedo? ¿Es posible descifrarlo?
Entre los vecinos del pueblo sobresale la figura de Adele (una actuación perfecta de Larissa Corriveau), ella es quizás quien encarna de modo más explícito las fisuras de su existencia: “me asusto por nada y siempre me equivoco” expresa sobre sí misma, se muestra nerviosa e insegura. Sin ocultar sus preocupaciones ni dificultades, conoce a los miedos, se ha acostumbrado a ellos. Un personaje cuya semblanza parece heredada de mundos literarios como los de Kafka, Carson Mc Cullers o William Faulkner, una adorable freak – habría que ver las filiaciones de Lawrence Olivier la autora de la novela homónima (que es su opera prima) en la que Denis Coté se basó para realizar el film-. Adele dice sin tapujos, con una naturalidad inusual, casi brutal, que Simón “no era feliz y que luchaba con sus demonios, como todos lo hacemos”. Por eso, si bien llora su muerte, no intenta negarla.
Es ella quien enuncia un discurso sobre el miedo muy lúcido, de una honestidad solo acorde a su presencia extraña, en las zonas fronterizas de lo racional y lo irracional. Su sensibilidad la lleva a darse cuenta de cosas que los otros no pueden ver. En una de sus mejores escenas realiza una confesión a los vecinos (que eventualmente la alojan) mientras aplaca un tímido llanto: habla del miedo que anida esencialmente en ella y en la comunidad. Confiesa que ha llegado al extremo del pánico: no solo por el propio, sino que puede ver el de los demás:
“A veces sin ningún motivo, me asusto tanto que siento que me salgo de mi cuerpo. A veces estoy en otra parte. Sí, en el aire, mirándolos a todos. Todo el mundo tiene miedo, todo el mundo siente pánico. Estoy sobre todos, pero también siento miedo.”
La vemos en esa secuencia genial de la película, luego de percibir el pánico generalizado, levitar en el aire, sobre la despiadada blancura de una nieve que parece ser eterna. Si siempre parecía permanecer al margen, esto la coloca literalmente por encima los demás. Elevándose sobre el resto, que solo puede seguir adelante sin saber muy bien cómo asumir sus vidas envueltas desde ahora ¿y desde siempre? por el miedo, varadas junto a los muertos que vuelven renacidos, esperando algún buen viraje de suerte.
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Espectacular lo de Mariana Petriella, me metió en la peli irresistiblemente, ahora quiero verla ya!