FESTIFREAK 2020 (3): ¿Qué hago en este mundo tan visual? | Manuel Embalse (2020)
FESTIFREAK . FESTIVALESLA PELÍCULA CREPUSCULAR
por Rodrigo Sebastián
¿Qué hago en este mundo tan visual?
Manuel Embalse
Argentina, 2020, 67 minutos
El germen de ¿Qué hago en este mundo tan visual? (2020) es un sueño que tuvo su director, Manuel Embalse, en el que estaba ciego pero poseía clarividencia. A partir de esa visión tan impensada como conmovedora, el joven cineasta contactó a Zezé Fassmor, la única persona ciega que conocía entonces. La idea de hacer una película fue formándose entre ellos en el transcurso de paseos y conversaciones acerca de cuestiones como lo visual, la vista, y su primacía sobre los restantes sentidos en la experiencia humana contemporánea. El documental registra la cadencia de las meditadas palabras de Zezé, así como parte de los días y las noches de su viaje a Iguazú, en el norte argentino, en el que vislumbra las cataratas, jamás vistas sino a través de representaciones, y que ahora intenta imaginar.
El protagonista fue cegado a causa de una enfermedad autoinmune a finales de 2010. Si bien no ve, percibe algo de la luz que alcanza su rostro, lo que permite a su cerebro formar imágenes mentales y sueños, aunque se encuentre, según él mismo, “sumergido en la nocturnidad”. Con talante filosófico, Zezé nos habla de la imagen mental. Asimismo, se refiere constantemente a los mitos griegos para pensar la naturaleza interior y exterior de su mundo. Atenea, Apolo, Artemisa y los mitológicos ríos de la antigüedad -el Aqueronte, el Flagetonte, el Estigia y el Leteo- signan lo que considera como el camino fluvial de su propia vida.
Las peripecias vitales de Zezé tanto como su pensamiento quizás justificarían por sí mismos la existencia de una película sobre su caso. Sin embargo, esto no implica una condición suficiente para que ese material se convierta efectivamente en cine. Por fortuna, el documental da sobradas muestras de estar a la altura del sujeto filmado. En términos de imagen y de montaje ofrece fragmentos formidables: entre otros, la garza que levanta vuelo como onírico preludio del despertar y la vigilia; el baile performático en el que lo más lejano y lo más cercano aparecen sincronizados de manera asombrosa en las dimensiones de un plano único; e incluso la penumbra de ciertas imágenes trémulas o el ruido visual de determinados pasajes, que poseen una belleza formal reclamada por el tema.
Mucho se juega aquí en la relación naturaleza-máquina. Una virtud de la obra es su capacidad para enseñarnos lo cotidiano desde un punto de vista extraño en el que la tecnología se nos muestra en su condición de prostética, que media nuestra percepción y nuestro conocimiento de la realidad. El personaje que, como el ayudante del héroe, acompaña al viajero es Siri, la inteligencia artificial que habla el saber de la humanidad. Asistimos a los curiosos e inquietantes diálogos filosóficos entre la máquina y el no vidente (la película incluso propone una posible imagen de la mente de la asistente personal de Zezé). Lo que de la técnica está oculto para la mayoría de los usuarios aparece como algo común. El reconocimiento de patrones en las imágenes por parte de la Inteligencia Artificial, por ejemplo, se traduce en una voz que interpreta lo que hay o lo que podría haber en una fotografía subida a una red social.
El ciego archivo audiovisual (en cuanto a la ausencia de una mirada) que Zezé construye con denuedo obedece a una finalidad. El gesto con el que el invidente toma fotografías o graba videos de su viaje no es una simple veleidad ni reproduce la frívola actividad del turista: Zezé guarda un registro de todos esos momentos porque abriga el deseo de poder ver tales imágenes con sus propios ojos en el futuro; reúne así informaciones visuales que algún día quizá le permitirán saber cómo eran él, las personas y el entorno que transitó. Es evidentemente bergsoniano en este punto, en el sentido en que, a partir de Bergson, la imagen será considerada menos que una cosa y más que una representación.
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