FESTIFREAK 2020 (5): Space Dogs (2019)
FESTIFREAK . FESTIVALESPerros moscovitas
por Rodrigo Sebastián
Space Dogs
Elsa Kremser, Levin Peter
Austria/Alemania, 2019, 91 minutos
En el pasado cierta crítica cinematográfica difundió una equivoca versión acerca de la elección del punto de vista en las películas de Yasujiro Ozu. La hipótesis esparcida como rumor versaba sobre la posición baja de la cámara del cineasta japonés, explicando que correspondía a la mirada de un observador tal como vería si estuviera sentado en un tatami. Al contrario, sí es evidente que la cámara en Space Dogs (Elsa Kremser, Levin Peter, 2019) se sitúa con insistencia a la altura del callejeo, cuando no asciende al cielo o flota en el espacio exterior. Porque este documental sigue hoy a unos perros de Moscú en su vida libre y pendenciera, a los canes juguetones, hoscos y despiadados que recorren la ciudad solos o en compañía de otros perros maltratados. Por su parte, algunos flashbacks reenvían a los perros cosmonautas.
Bella e indescifrable lengua rusa del narrador cuya parca voz recuerda a Laika, la primera perra enviada en una misión espacial a la Luna. Expulsada del planeta en una nave, quizás la suya sea la primera muerte de un animal conocido ocurrida fuera de la Tierra. A esta incursión espacial seguirían otras. Asombrosamente, algún tiempo después de que el poeta Jean Cocteau dijera que prefería los gatos a los perros porque no hay gatos policías, la Historia produjo perros y monos astronautas. El documental interrumpe los instantes de asfáltico reposo, el retozar en los descampados, los baños de lluvia, los gruñidos, dentelladas, olfateos, la perpetua búsqueda de comida, para mostrar archivos fílmicos de la experimentación científica con los perros destinados al espacio en el siglo de la U.R.S.S. Las imágenes estremecedoras son prueba de que, como escribió Walter Benjamin, todo documento de cultura es a la vez un documento de barbarie. Otro tanto podría decirse de las actividades humanas producto de la globalización que vemos a lo lejos o al paso, sin participar de ellas, como si nosotros mismos fuéramos más perros que espectadores.
Hay asimismo otra parte terrible, acaso no buscada por el equipo de filmación aunque perfectamente aprovechada para la película. Se trata de una cruda escena en la que aflora el instinto animal: un perro caza a un gato cachorro, dándole muerte ante la impasible cámara durante algunos minutos que parecen extenderse más allá del tiempo real. Una nueva demostración de que los animales en el cine, cuando están librados a su naturaleza, son y serán siempre bazinianos (en el sentido del cocodrilo que se come a la garza, un evento que únicamente posee el espesor de lo real cuando -como quería André Bazin- se filma un solo plano). Los perros no hacen más que sobrevivir en un entorno humano, enfrentados a la más rabiosa hostilidad desde el nacimiento.
¿Desea la película ser perro? Es una posibilidad. Puede también que, durante el rodaje, el camarógrafo se contagiara sarna.
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