LIBROS DE CINE (8): El Fantasma Material | Gilberto Pérez
LIBROS DE CINEEL CINE COMO MÉDIUM
por Rodrigo Buedieman
El Fantasma Material. Las películas y su medio
Gilberto Pérez
Los Ríos Editorial, 576 páginas
Con frecuencia he dejado en suspenso aquella aseveración que condiciona al materialismo como histórico, convirtiendo las relaciones que establecemos entre los seres humanos a partir de cierta continuidad entre “el hacer” y “el decir” y su práctica solo puede ser histórica. Como si fuese un continuum transitorio en el desarrollo de la humanidad por el cual los rasgos de la sociedad están en constante evolución (para bien o para mal) limitados por factores externos como el clima, la tecnología o cualquier otro factor material. He tenido reparos ante tamaño de afirmación al no poder atestiguar que efectivamente las relaciones de producción que construimos a partir del desarrollo de fuerzas materiales productivas sean lo que determinen de una vez y para siempre la rigidez de nuestra estructura jurídica, política y social, y claro, nuestra ideología. Es una obviedad que los modos de producción condicionan nuestra vida social y espiritual; nuestros deseos, lo que sentimos, lo que soñamos, a lo que aspiramos; pero algo más tiene que haber; es una de las grandes preguntas que probablemente todos nos hemos hecho alguna vez. Quizás tuvo que llegar alguien proveniente de la física, llego tarde como siempre, pero tarde al fin, para que pueda empezar a comprender que no es la conciencia del hombre por un lado y el ser social por otro, no hay una preponderancia determinista de uno por sobre el otro, sino más bien una constante oscilación, y el cine, como materia que se puede extender en el espacio-tiempo y a su vez está sujeto a cambios en la estructura de su propio tiempo, es un medio posible que quizás permita la interacción. El fantasma material es su parte sensible y su constatación.
Gilberto Pérez nació en Cuba en 1943, y en los años 60 se trasladó a los Estados Unidos donde residió hasta el 2015, año en el que falleció. Su origen es significativo siempre y cuando lo pensemos a partir de los países periféricos. Quienes residimos en ellos sabemos que nunca seremos canon (dejando a un lado su verdadera utilidad), pero si es un indicador de la amplitud en términos de visionado (aunque sea una superficial generalización). Muchas veces es en la periferia donde verdaderamente sucede aquello que podemos denominar imprescindible. Si bien en el libro hay pocas referencias al cine que se encuentra por fuera de los circuitos dominantes, de hecho creo que son solo dos, la primera se encuentra en la introducción “El cine y la física”, su pasaje más personal donde rememora las críticas que le enseñaron a mirar y pensar con los ojos de Guillermo Cabrera Infante, y la segunda en un pie de página en el capítulo siete dedicado al cine estadounidense, donde solo hay una minúscula mención a Un lugar en el mundo (1992) de Aristarain, se sospecha de una permanente sugerencia a un mundo mucho más amplio del que se considera.
El libro está dividido en diez capítulos que en conjunto con su belleza, sus títulos enuncian aquello que intentará experimentar el libro, entender cómo funcionan las películas; “el mortal espacio intermedio”; “lecciones de historia”; “los significantes de la ternura”; son algunos de ellos. Se puede decir que Gilberto Pérez vio en el cine una prolongación natural de aquello que buscaba en la física, la capacidad que ambos tienen para explicar el mundo que nos rodea. Por descabellado que pueda resultar una comparación entre una ciencia y un medio que se construye a partir de imágenes en movimiento con sonido, su práctica, que se extiende en análisis de veinte o treinta páginas sobre una sola película o secuencia, propone un nuevo recorrido a través aquello que hemos visto muchas veces. Hay un empecinamiento en el intento de conocer los medios por los cuales podemos acceder (si es que eso es posible) al mundo real. El cine (como la física) son dos medios que nunca agotan el camino, siempre permiten una nueva entrada, un nuevo acceso al universo que hemos visto decenas de veces. Como atestigua en el capítulo ocho “Lecciones de historia”, cuestionando los medios que emplea el arte para representar el mundo, nos garantizamos tantos caminos como nos permitamos pensar, incluso en aquellos que ya hemos recorrido y al no ser vistos en una primera o segunda instancia han quedado fuera de nuestro campo. He visto algunas cuantas veces Close-Up de Kiarostami y aún no sé si he logrado comprenderla del todo, con seguridad muy poco. Quizás sea lo que producen las obras maestras, entender como se articulan los mecanismos no es necesariamente comprender. Gilberto se detiene una y otra vez en el aerosol rodando por la calle al que cada vez que vi la película le he puesto especial atención, recién ahora puedo empezar a tener un poco de clarividencia.
Esta no es una nota justa, y con seguridad ninguna lo sea, El Fantasma material es un libro grande en todas las acepciones que el término permita adjetivar o pensar. Es grande por el período prolongado que intenta abarcar, grande por su tamaño, grande por el intento de repasar y relacionar la mayor cantidad de teorías existentes, grande por los interrogantes que plantea, grande porque no hay respuestas, ni siquiera una, grande porque es el lector (y me atrevería decir “el espectador”) quien tiene que hacer el recorrido. Es un libro que permite revisar y volver a ver por primera vez al mismo tiempo. Con el correr de las páginas puede haber cierta incertidumbre en relación hacia donde se está yendo, se puede tener la impresión de ser un compendio; Brecht, Burger, la semiología, por solo citar algunas menciones recurrentes. Para tener severidad en disputar el presente, es necesario una rigurosa revisión.
El libro se desarrolla prácticamente en tiempo cronológico en relación a la propia historia del cine. Hay algunas salvedades como Kiarostami, o la inclusión de Scorsese en el capítulo titulado “La tragedia estadounidense”, y es en este punto donde sería posible hacerles algunas objeciones a Gilberto Pérez. El libro termina con Antonioni, y lo que interpela es cierto carácter hauntológico. Es una conclusión ramplona teorizar sobre la influencia que Antonioni ha tenido en el cine contemporáneo, su vagabundeo ronda de manera persistente en nuestro presente como un fantasma. La suposición que surge entonces es la sospecha que para Gilberto Pérez algo murió con Antonioni. De todas maneras, el ejercicio de lectura es puro goce, y hasta se tiene la impresión que su extensión puede ser indefinida, como las películas que continúan dejando sensaciones con el paso de los días. El capítulo dedicado a Buster Keaton, bellamente titulado “El equilibrista desconcertado”, es placer en todos sus sentidos, y si hay algo que manifiesta es que es posible encontrar algo nuevo y bello en aquello que hemos visto muchas veces. Al igual que Buster, podemos aún intentar formar parte de un mundo donde la felicidad solo es posible como convención.
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