Oslo, 31. august | Joachim Trier (2011)
CRÍTICASUn día de libertad.
por Mariana Petriella
Oslo, 31. august
Joachim Trier
Noriega, 2011, 95 minutos
Esta historia tiene en su centro un planteo existencialista. ¿Cuál es el sentido de todo? parece ser la pregunta que recae como una espada de Damocles sobre Anders (Anders Danielsen) y otros personajes que recorren la trama. La crisis de identidad, la soledad que se apodera de él con un halo cansino y la adicción a las drogas conforman la base de un conflicto que no se resuelve en ningún momento.
¿Cómo se llena ese espacio de existencia que queda en una persona que ha regresado de una temporada en el infierno? ¿Cómo se vence al miedo cuando ya ni las drogas representan un alivio? Las ganas de vivir y las ganas de escapar de la vida tiran con la misma fuerza de la voluntad de Anders, mientras se recupera en una clínica en las afueras de Oslo.
La duración de la película coincide con el transcurso de un día libre dentro del programa de rehabilitación de Anders, el 31 de agosto que da nombre al film. Elige pasarlo dando algunas vueltas por la ciudad, ya que asistirá a una entrevista laboral. Viaja hasta allí llevando su pequeño cúmulo de expectativas y su ser frágil. Se le presentan las dificultades más triviales del mundo. Y recolecta una suma de decepciones: la visita a un antiguo amigo con el que ya no hay puntos de conexión, solo el eco de una amistad disuelta hace tiempo, la imposibilidad de reconstruir las relaciones familiares, una fiesta llena de presencias acartonadas donde lo más tentador es beber o consumir cualquier cosa hasta el final. Su percepción es siempre la de desencajar, no ve lugar en la configuración del mundo para alguien que no quiere tener hijos, ni familia, ni trabajar escribiendo para revistas famosas y vacuas. Para alguien que no puede sentirse parte de nada -aunque tiene todos los recursos para serlo- y está fuera de todo lo que hay a su alrededor.
Durante el transcurso del día Anders también da lugar a los recuerdos. De hecho, se sitúa entre dos segmentos de tiempo en constante colisión -pasado y presente- lo que resulta en la imposibilidad de proyectar o mínimamente imaginar un futuro posible. Aparecen resonando las voces de sus padres y las ideas que ellos, ahora ausentes, alguna vez le han inculcado dentro de una educación libre, abierta. En Oslo el resquebrajamiento de la familia forma parte del trasfondo de la problemática existencial de Anders, y es el germen de un interés que Joachim Trier desarrollará en sus películas posteriores: Más fuerte que las bombas (Louder than Bombs, 2016) y Thelma (2017) que abordan de lleno este aspecto, colocando en el punto de partida de sus relatos a familias con secretos oscuros, que, aunque estén bien resguardados, influyen decisivamente en los conflictos de sus protagonistas. Todas tienen un atractivo singular y son bastante diferentes entre sí.
Si el comienzo de la película presenta una situación penosa y nos coloca de lleno en la desesperación de Anders, quien ya no encuentra un motor para impulsar sus días, el final no es menos difícil. No termina ni bien ni mal, o eso no se puede precisar, o sea que es un cierre justo, equilibrado a la medida de una historia narrada sin juicios o valoraciones prefabricadas. Un final abierto y poético, perfilado con mucha habilidad, que deja en manos del espectador todo tipo de veredicto junto a la tarea de sopesar, de repensar todo acerca de qué está bien y qué mal.
El tratamiento se inscribe en un realismo intimista que logra con frecuencia una identificación con varias situaciones exentas de dramatismo y personajes delineados sin exageraciones. Trier sobrelleva con elegancia y de manera muy personal su enfoque, teniendo en cuenta que se inspira en la demoledora novela El fuego fatuo (Le feu follet, 1931) adaptada en 1964 por Louis Malle bajo una perspectiva signada por lo trágico, que registra los últimos momentos de vida de un escritor alcohólico sumido en la depresión. En ella el protagonista deambula por París, en este caso Oslo representa un lugar del que sería oportuno huir. Y es interesante esa visión de la ciudad como algo ambivalente: la capital, mundana, internacional; y a la vez pueblo chico capaz de contener su infierno grande: allí todos se conocen, y al que falla no le queda más que pagar el precio.
Oslo es un viaje a ningún lugar y sin retorno, un relato sobre la imposibilidad y la impotencia extendidas como rasgos generacionales, una radiografía de la soledad en medio de la muchedumbre, una crónica de todo aquello que se ha perdido. Una elegía rotunda.
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