MANCHESTER-BY-THE SEA, DE KENNETH LONERGAN (2016)
ESTRENOS . NOTASMANCHESTER-BY-THE SEA
por Rodrigo Buedieman
La película comienza con tres planos cortos en duración. El primero en movimiento acerca el mar al continente. Los dos restantes, mediante la estática, dan cuenta de un asentamiento. El cuarto, a través de una panorámica lateral, confirma lo que ya intuimos, una bahía y la inmensidad del territorio que denominamos mundo.
Luego se presenta un bote, que un instante después, mediante un corte lo veremos desde una precisa y consciente lejanía. Primero de frente, luego por detrás. En el bote descubrimos a quienes conoceremos como los hermanos Joe y Lee Chandler, y a Patrick, el joven hijo de Joe. Con el bote en movimiento, Lee le pregunta a Joe a quien se llevaría a una isla si tuvieran que elegir entre él o su padre.
Premisa de Keneth Lonergan, su director: la muerte y el trauma, para poder ser pensados, necesitan distancia.
No es sencillo denominar las películas de Lonergan como la obra autor con tan solo tres películas en dieciséis años. Sabido es su historial en Broadway como dramaturgo, pero el tiempo ya ha saldado ese problema, dos registros distintos, dos concepciones de mundo diferentes, el cine es otra cosa. Pero sí se puede entenderlas como un cuerpo. El comienzo de su primer largometraje Puedes contar conmigo (You can count on me), rige la misma lógica aunque desarrollada de manera distinta. A los pequeños hermanos Prescott se les informa que debido a un accidente de autos quedarán huérfanos. Las dos películas, luego de la presentación inicial, transcurren muchos años después. Lo que reina es el lazo, cómo seguir, cómo superar la herida. Un accionar posible intenta esbozar Margaret, su segundo largometraje.
El argumento es sencillo. Lee vive en un sótano en Quincy, Massachusetts. Recibe un llamado donde le informan que su hermano sufrió un ataque cardíaco. Viaja a su pueblo natal (título homónimo del film) y antes de llegar al hospital, muere. Lee tendrá que lidiar con la responsabilidad que le dejó su hermano Joe: la tutela de su hijo Patrick que tiene ya 16 años. Mediante flashbacks se irá reconstruyendo la historia de Lee, su alejamiento del pueblo y el hecho fundacional que dio origen al trauma.
El acercamiento al melodrama es inherente a la película. Intentar desarrollar algunas ideas y pasarlo por alto no daría nunca por resultado un lectura lúcida. Ante una mirada atenta podríamos decir que presenta (en exceso) una suma de acciones que al género no solo le son características sino que le sienta bien. El film empieza con la muerte y el estado transitorio producto de ella. Luego sigue perpetuando la muerte en otra línea de tiempo (sin revelar demasiado la trama) terminando en un intento de suicidio; y sobre el final, por si aún no había quedado claro, el protagonista casi vuelve a cometer el mismo error que desató el conflicto en el personaje y produjo su desaparición. A esta abundancia de elementos podríamos sumar la sugerente escena donde Patrick, al abrir el refrigerador de la heladera, entra en algo cercano a un ataque de pánico al relacionar la comida congelada con su padre que será provisoriamente congelado hasta que pase el invierno para luego poder ser enterrado. Aquí no hay que quitar mérito al joven prometedor actor Lucas Hedges que, sin su intervención, la escena pudo haber sido una asombrosa caricatures.
En esos instantes se percibe su lógica, la tendencia milimétrica al patetismo. Sin embargo, pueden no ser descifrados, como la pincelada que no vemos una vez que el cuadro está terminado. Sería interesante comparar Manchester-by-the sea con una película como Lo Imposible (The Impossible). Este film-catástrofe lo único que pretende es decirle al espectador lo que debe sentir. La película en cuestión, quizás no sabemos bien qué pretenda, pero su mecanismo (dentro del marco de los componentes inseparables al melodrama), es su máximo opuesto posible, el escamoteo. No seguiría, en tanto melodrama, la tradición de Douglas Sirk, actualizada hoy por Todd Haynes; su práctica quizás habría que buscarla en un cine hecho por fuera de los Estados Unidos, donde también podríamos ubicar a su compatriota Alexander Payne. Es llamativa la similitud del comienzo entre este film y Los Descendientes (The Descendants). También empieza con el plano de una mujer navegando dentro de un bote en movimiento que minutos más tarde nos enteraremos que tendrá un accidente y estará toda la película convaleciendo hasta su eventual fallecimiento. Sus poéticas conjugan el gran relato ineludible de la industria con la voz de los excluidos, los common people desplazados de la fábrica de sueños. Como radiografía de una sociedad olvidada, Nebraska de Payne, es más que sugerente. En Manchester-bye-the sea, a través del vagabundeo errático de la mirada de Casey Affleck, Lonergan da vida en tiempo presente a un plomero que durante su recorrido niega la exageración del género. Dar cuenta de su interior y exponer sus sentimientos no vendría a ser el privilegio de aquellos que realizan sus compras en supermercados.
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