Sean Baker (2): Starlet (2012)
CRÍTICASContemplar los márgenes
por Mariana Petriella
Starlet
Sean Baker
USA, 2012, 103 minutos
La preferencia de Sean Baker por las historias que no tienen lugar en las pantallas se expresa de una u otra manera en toda su obra. Su interés por descubrir eso que vive y se desarrolla en la periferia, personas y ámbitos a contrapelo, es una constante que atraviesa sus películas y configura su peculiar gusto propio. Según sus palabras ellas “exploran ese lado contemporáneo de los Estados Unidos que el cine y la televisión no suelen mostrar”. El sentido profundo de esto es que, además de fundar una ética y una estética muy personales para su cine, aparecen nuevos puntos de vista, nuevos ángulos mucho más amplios desde los cuáles podemos situarnos a observar realidades diversas. Eso permite confrontar y cuestionar nuestro propio modo de ver las cosas. ¿Es posible desplazar todos los prejuicios y dejar de juzgar hechos y personas a través de ellos?
Starlet (2012) es una película sobre la soledad, sobre los esfuerzos que significa construir un vínculo y sostener las relaciones, sobre lo precioso de la amistad, sobre secretos y descubrimientos, sobre el fetiche del dinero y su lógica aplicada a casi todo en este mundo, también sobre aquello que escapa a esa lógica y la convierte en algo absurdo, ridículo.
De pequeñas anécdotas y grandes emociones.
Un jardín cubierto de plantas tan crecidas que lo tapan todo, enredaderas con flores violáceas y azucenas que trepan por las paredes dándole un aspecto antiguo y mágico, como a la deriva. La casa también repleta de objetos y referencias a un pasado que se ha vuelto anacrónico. Sadie vive como una dama de carácter malhumorado, recluida en su casa sin tiempo. Casi nada se puede saber de su vida, es reacia a contar sus cosas y la caracterizan los silencios, por eso todo acerca de ella es un misterio a ser descubierto gradualmente. No tiene necesidad de salir, excepto para jugar al bingo, donde concurre solo los sábados, en busca de alguna diversión ocasional. Y solo ve un poco de gente cuando organiza ventas de feria en su garaje.
Jane está en camino de catapultarse al éxito como estrella de cine porno (donde es conocida por el seudónimo Tess) si los planes de su manager salen como se espera. Mientras tanto vive con su único afecto real, su chihuahua Starlet, en un cuarto alquilado en casa de unos amigos, en un suburbio de Los Ángeles. Su madre es alguien ausente y no hay ningún amante a la vista (la película no va por ahí, claro). Necesita remozar ese cuarto, poner algunos objetos nuevos que reorganicen el lugar. Es así que conoce a Sadie, en una feria de garaje a la que asiste en su casa.
Hay una mínima pero muy luminosa historia sobre la conexión entre estas dos mujeres, cuya trama tiene algunos enganches atractivos (por ejemplo que Jane se encuentre diez mil dólares en el termo que compra en la feria de Sadie). Pero creo que su mayor encanto se basa fundamentalmente en el dúo que la protagoniza, una veinteañera y una anciana que ha pasado los ochenta, quienes a pesar de las diferencias tienen varias cosas en común. La relación que surge entre ellas se va construyendo durante toda la película, no de manera idílica sino bien cercana a lo real, una amistad con sus contratiempos y tropezones, que no reconoce barreras generacionales, un encuentro verdadero y profundo entre dos personas muy necesitadas de apego. Algo raro de ver, que nos sorprende positivamente mientras se va desarrollando: no solo porque no veremos lugares comunes, también se vuelve un tanto inimaginable lo que va sucediendo. Las decisiones y actitudes que asumen los personajes ante determinadas situaciones, por ejemplo, libres de toda moralina, se presentan como algo refrescante, una verdadera liberación a la que se podría aspirar. La moral a la que estamos acostumbrados parece haber quedado en otra parte, fuera de esta historia de atípica amistad.
También hay algunos momentos que destellan, esos que las enfocan de lleno y sin caer en obviedades, dicen todo acerca de ellas: cuando Jane llega al set de filmación para hacer una escena, allí, entre todas las cosas y personas que ostenta el panorama de un set, dentro del movimiento que implica el instante previo a rodar, la cámara se centra en ella precisamente, algo enrarecida por el maquillaje que contrasta con el aspecto sencillo y lavado que siempre tiene, captándola entre personas en movimiento, a través de una serie de gestos que realiza mientras observa y sonríe escuchando discusiones técnicas e indicaciones para la escena, esto sencillamente configura su actitud en el mundo, diría que la condensan. Es como si pudiéramos verla al desnudo y en plenitud, como cuando se ve a alguien que no se sabe observado, como si la cámara la capturara in fraganti. O cuando Sadie pierde a Starlet y comienza a buscarlo con desesperación. En el temor y la amargura por la ausencia del perrito -que ha quedado de momento a su cuidado por encargo de Jane- cae todo el peso del drama que aqueja a esta dama solitaria, alguien que no podría soportar otra pérdida “Ya no puedo lidiar con esto” exclama Sadie, sin que sepamos exactamente a qué se refiere (más que haber perdido algo querido y que estaba a su cuidado) tendremos que descubrirlo mientras avance el relato -incluso hasta el final se siguen revelando cuestiones de su persona y de su vida que tal vez ayudan a desentrañar sus circunstancias-. La tensión dramática de esta escena es de los puntos emotivos más altos en la película.
Estos, entre otros, son momentos que estimulan y promueven la capacidad de percibir e interpretar a los personajes en su esencia, allí donde nada se puede explicar. Una narrativa exquisita, alternativa al modo tan típico del cine norteamericano que tiende a explicitar cada cosa hasta exasperar la información en detrimento de la poética.
En cuestión de género, su tesitura es rara, híbrida. Como en otros films de Baker, hay situaciones dramáticas o amargas de la vida, pero tratadas de una manera que logra variar ese tono y salir del drama. Tampoco es una comedia. Hay también una actitud de mostrar una cara humanizada de la industria del cine pornográfico, aunque no se centra estrictamente en ese mundo ni en sus particularidades, aparece como trasfondo del personaje -porque es el trabajo de Jane y el de su amiga Melissa / Zana-. Hay dos escenas que se adentran de manera específica en sus ámbitos como “mostrando el terreno”: el rodaje en el que participa Jane y la convención de cine porno a la que asisten ella y su manager, donde los visitantes pueden conversar, obtener autógrafos y adular a sus estrellas favoritas. Un registro que es usual en su estilo, de por sí muy fresco y naturalista.
Besedka Johnson interpreta a la anciana Sadie. Era astróloga, pero siempre soñó con actuar y lo hizo por primera -y única- vez en Starlet, a los 86 años. Al año siguiente del rodaje falleció. Dree Hemingway tampoco había actuado profesionalmente (aunque contaba con su experiencia ante cámaras como modelo). Se trata de dos revelaciones verdaderamente, y esto no es una novedad en el cine de Sean Baker, sino un método, casi un concepto del director, que consiste en trabajar con actores primerizos. Es decir que esa intuición que lleva a una búsqueda acotada y precisa de quienes interpretarán a los personajes es su modalidad algo experimental, si se quiere. Siempre sale bien, al menos a juzgar por el resultado final, que se ve en sus películas: las actuaciones se tiñen de algo espontáneo. Este proceso ha sido ponderado por otras personas que trabajaron bajo su dirección, como es el caso de Willem Dafoe, quien ha contado lo enriquecedora que fue su experiencia en The Florida Project, de 2017, cuyo elenco es una buena mezcla de personas de variada procedencia (niños, profesionales, amateurs, primerizos).
“Mis películas son una respuesta a todo aquello que no veo en el cine o la televisión, todo lo que se encargan de silenciar. Es hora de que haya un cambio. Estados Unidos es un país enorme con muchas diferencias, un crisol de gente distinta que necesita encontrarse representada en las historias que se cuentan.” Como el poeta, que realiza un ejercicio agudo para nombrar lo inefable y su método es quebrar las leyes del lenguaje, romperlo, para apropiárselo y crear un sentido propio y original, Sean Baker visualiza eso que se dibuja en los márgenes para mostrarlo en el nivel de las grandes pantallas, aunque no sea lo conocido, lo aceptado. La transgresión, entonces, ha de ser su regla.
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