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Written by Videoteca Aquilea on 9 agosto, 2021

El hombre leopardo | Jacques Tourneur (1943)

CRÍTICAS

Donde reina la sombra.

por Mariana Petriella

The Leopard Man
Jacques Tourneur
USA, 1943, 66 minutos

El cine de Jacques Tourneur es una rareza. Cuenta entre sus producciones películas de todo tipo: góticas, como la genial La mujer pantera (Cat people, 1942); un icónico film noir, Retorno al pasado (Out of the Past, 1947); o la curiosa Martín el gaucho (Way of a Gaucho, 1952), una especie de western gauchesco con trama de melodrama rodado en Argentina. ¿Es esta singular variedad lo que hace a su cine tan especial? Si así fuera, probablemente también sea lo que ha provocado divergencias en cuanto a su recepción, ya que ha sido subestimado e ignorado en algunos casos; o todo lo contrario, unánimemente alabado, como en sus producciones junto a Val Lewton para los estudios RKO –Cat People, éxito rotundo-. Lo cierto es que director y productor conforman una dupla que irradia una fascinación difícil de explicar.

Sus películas frecuentemente asociadas como trilogía, La mujer pantera, El hombre leopardo (The Leopard Man) y Yo anduve con un zombie (I Walked with a Zombie) realizadas entre 1942 y 1943, anticipan la inquietante atmósfera del film noir y poseen una calidad artística sorprendente, excediendo en todo sentido  su contexto de realización, el terror de clase B. Algunas de sus escenas -inolvidables para la posteridad del género-  brillan como gemas iridiscentes en la materia gris y sombría de su mundo en penumbras.

El hombre leopardo no corrió la misma suerte que las otras dos. A pesar de sus múltiples y asombrosos atractivos, suele quedar afuera de ciclos sobre la obra de Tourneur, incluso de menciones dentro de su filmografía. Se trata de una película de terror algo exótica e inclasificable, sin dudas centrada en el revuelo y pavor que causan unos misteriosos asesinatos de mujeres en la pequeña ciudad de Nuevo México. Podría ser un thriller con algunos elementos anticipatorios de los giallos (que causarán verdadero fervor veinte años después, en los años 60). Claro que en la poética de Tourneur nada es explícito, los crímenes están trabajados de modo elíptico, lo que prima es una elegancia absoluta que no condice con la intención de ostentar el horror mediante imágenes explícitas, sino de sugerirlo mediante un tratamiento estético plenamente evocador del miedo (la escena de la piscina en La mujer pantera,  cada uno de los asesinatos en El hombre leopardo, o  las sutiles y refinadas escenas de vudú y magia negra en Yo anduve con un zombie)

Basada en la novela Black Alibi (1942) de Cornell Woolrich, un autor que -al igual que otros escritores de ese momento, mentores de la novela negra o de la literatura hardboiled,  James M. Cain, Dashiell Hammett o Raymond Chandler-, era considerado “maldito” en Hollywood. Pero durante los años 40 comienza a ser adaptado con frecuencia a la gran pantalla, aunque en sus historias retrata el lado oscuro de la vida norteamericana, ese que hasta el estallido de la guerra la censura se obstinó en ocultar, imponiendo restricciones a cualquier material destinado a las producciones de los grandes estudios, reprimiendo aquello que pudiera revelar alguna de sus aristas. Es también autor de Phantom Lady, otra novela adaptada y estrenada en 1944 por Universal Pictures con ese mismo nombre, bajo la forma de un enigmático film noir, y de otras ficciones llevadas al cine. En la narrativa de Woolrrich se presentan personajes marginales, desprotegidos, abandonados a su mala fortuna o a un destino aciago, presos de una ciudad devastadora (algo de esto tal vez podría intuirse en El hombre leopardo: la cigarrera que una y otra vez lamenta no tener oportunidades para llegar a ser una artista, Clo-Clo la bailarina, pendiente de ganar dinero para mantener a su familia, la tarotista solitaria a la que le toca visualizar en sus tiradas la muerte próxima de su amiga. Son mujeres desprotegidas, solo amparadas en sus trabajos para ganarse la vida día a día,  sin mayores expectativas. El dueño del leopardo, es un pobre feriante aficionado al alcohol, por momentos sospechoso de los crímenes, o el encargado de conservar el museo local, cuyo aspecto normal y sereno esconde un perturbado interior, finalmente resulta ser el asesino. También está representada de alguna manera la ciudad/ trampa.)

No es casual, entonces, que la película  despliegue cuestiones relevantes como el racismo y la xenofobia (el odio hacia CloCLo, una chicana), o sentimientos como el miedo en sus formas diversas, todo esto junto a varios elementos llamativos, desperdigados en sus historias secundarias (la que corresponde a cada una de las víctimas) que favorecen un aire extravagante y excepcional. Plagada de escenas de terror hermosas, primigenias, atávicas. Durante las noches suceden las apretadas caminatas, las persecuciones que cortan el aliento o los crímenes que se camuflan entre juegos de luces, sonidos inquietantes y la amenaza del leopardo suelto. La conjunción Tourneur / Val Lewton -con el sustrato literario de Woolrich- decantan en una película cuya riqueza cautiva.

Las primeras escenas muestran concretamente la aguda rivalidad entre dos mujeres que se disputan la atención del público de un club nocturno, cuyas noches avivan con sus actuaciones. Kiki Walker (Jean Brooks) no soporta a su vecina de camarín, Clo-Clo (Margo, bailarina y actriz mexicana), a la cual desea opacar, quitarle el brillo y así captar toda la atención para ella sola. Entonces su partenaire, Jerry (Dennis O’Keefe) le sugiere una treta que consiste en presentarse en el salón nocturno llevando un leopardo como mascota, justo cuando Clo-Clo hace su espectáculo de castañuelas, para arruinárselo. Cuando esto sucede la bailarina no se deja intimidar, responde a la afrenta desafiando con su repiqueteo al animal. El leopardo se suelta de la mano endeble de su dueña y se escapa furioso, dejando a todos perplejos. Junto al espanto del felino suelto en las calles, una ola de asesinatos de mujeres acecha y el terror va en aumento. Comienza la búsqueda del asesino, pero ante la evidente inoperancia de la policía, Kiki y Jerry irán tras las desconcertantes huellas que quedan luego de cada crimen, reemplazando el instinto de un detective inexistente. En este punto vale decir que la “investigación” y los asesinatos suceden al mismo tiempo, como en las novelas negras predominantes en la época. Y que  las calles de Nuevo México son una amenaza mortal, rasgo distintivo de la futura ciudad noir. Y que, aunque depositemos nuestras expectativas en ver cómo descubren y atrapan al asesino a la manera de un policial, el tratamiento del terror es lo que seduce en la película.

Cabe de todo en su estética. Roy Webb -especialmente reconocido por su creación de bandas sonoras de terror junto a Val Newton para RKO Radio Pictures, también por sus trabajos en la órbita del film noir- aporta a través de la música  (ya desde los créditos, luego en la preciosa escena del baile de CloClo) un carácter esencial para la atmósfera de la historia: misterio, sensualidad y la total pregnancia de una melodía hipnótica, recuerda algunas composiciones de Ravel. El sonido de las castañuelas de CloClo es otro elemento vertebrador de situaciones tensas a lo largo de la trama, como los taconeos de las  mujeres resonando en el eco de la noche profunda, o los gritos de horror proferidos en diversas ocasiones.

El sentido elíptico de lo terrorífico -centrado siempre en la sugerencia- se sostiene también en diversos aspectos visuales: por su parte, la sombra reina en el instante previo a la llegada de la muerte, en forma de penumbra en la escena del cementerio, de oscuridad casi total por las calles desiertas durante las noches de Nuevo México, o en juegos de claroscuro dentro del museo (la escena donde Kiki y el asesino se encuentran). También hay una iconografía de objetos que completa el panorama: estatuas, columnas, cruces y lápidas en el cementerio, las flores casi siempre mortuorias (ofrendadas a las muertas);  el negro que todo lo tiñe: negras son las calles, negros los trajes y las capuchas que cubren las cabezas en la procesión anual de fieles donde finalmente atrapan al asesino, negros los vestidos y los velos (el que elige Kiki para su aparición con el leopardo, los vestidos de CloClo, o el velo de consuelo, asesinada en el cementerio) la garra rota y los pelos del leopardo, todo es negro. Pero ningún asesinato se ve, sino que suceden fuera de campo. En contraste con las horas terribles de la noche y el crimen, también se puede ver la ciudad en plena actividad diurna, cosa que introduce el criterio de realidad necesario para generar un equilibrio y así sostener la ambigüedad (lo que provoca cierta vacilación en el espectador). Aunque no se define por el fantástico puro (como sí podría aseverarse respecto de La mujer pantera o Yo anduve con un Zombi) El hombre leopardo apuesta a mantener la zozobra lo suficiente, insinuando que las muertes podrían haber sido obra del leopardo, dotado con una desquiciada inteligencia cuasi humana.

El universo ficcional de las películas que Tourneur realizó junto a Val Lewton se identifica con un estilo propio, consolidado a través de un dominio magistral de la elipsis narrativa e iluminado por un sentido poético insoslayable. Pero sobre todo instaura un orden atribulado del mundo donde siempre irrumpe una presencia díscola – cuando no arisca – cuya ambigüedad esencial sitúa a los personajes que la encarnan entre lo animal y lo humano, lo real y lo ensoñado, entre la vida y la muerte. Su trilogía también funciona como una antesala del film noir, especie profusa para el futuro inminente de la industria de Hollywood, que seguirá nutriéndose de genuinos talentos extranjeros como el de este par irrepetible.

Tags: Jacques Tourneur, Val Lewton

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