Barry Lyndon | Stanley Kubrick (1975)
CRÍTICASÉpica Kubrick
por Mariana Petriella
Barry Lyndon
Stanley Kubrick
UK/USA, 1975, 185 minutos
Durante décadas, la aspiración de Kubrick fue filmar una película sobre Napoleón, aunque finalmente no pudo hacerlo y el proyecto quedó en el plano de una dulce y eterna obsesión. Lo que sí logró fue dotarse de un archivo impresionante en torno a la figura del emperador francés, que abarca miles de fotografías para posibles locaciones, ilustraciones e ideas sobre vestuario, documentos y notas, muchísimas lecturas apasionadas, un guión que escribió mientras finalizaba 2001: A Space Odyssey (1968). También logró impregnarse de una prolífica inspiración para hacer una película de época. Fue durante la meticulosa recopilación de estos materiales acerca del período napoleónico, cuando se cruzó con la novela de William Thackeray, The lucky of Barry Lyndon (La suerte de Barry Lyndon) publicada en 1844 y decidió que haría la adaptación para filmarla.
El director de arte en Dr. Strangelove (1964) y Barry Lyndon (1975), Ken Adam, se ha referido al estilo de trabajo que Kubrick pretendía para adaptar la novela: “Durante Barry Lyndon teníamos interminables conversaciones telefónicas donde me exigía probarle que determinado empapelado era victoriano en lugar de siglo XVIII. Cuando llegué al set, lo primero que me dijo, con una sonrisa, es que quería filmar toda la película con luz de vela. Después me dijo que había descubierto que Tackeray era el mejor guionista que jamás hubiera existido y que, por eso, iba a filmar la novela página por página…Terminé muy pero muy enfermo. Pero aun así Stanley ha sido de las personas más fascinantes y carismáticas que he conocido.”
Muchas de sus películas se basan en novelas, pero Barry Lyndon es el gran homenaje del director a la forma novelística de narrar. Su estructura, articulada en dos partes que se cierran con un escueto epílogo, coincide con el relato del ascenso y el descenso del protagonista. El estilo cómico de la picaresca en las situaciones de la primera parte, la calma o el dramatismo extremo en otras, algunos elocuentes diálogos y las secuencias descriptivas generan un ritmo a lo largo de la trama donde los episodios conviven, alimentando la tensión distribuida de manera propiamente novelesca.
A través de un narrador omnisciente -artificio de Kubrick, ya que en la novela es el protagonista quien se expresa- cuyo tono es tan encantador como irónico, se dan a conocer los sucesos: “Qué distinto habría sido el destino de Barry si no se hubiera enamorado de Nora y si no hubiera arrojado el vino a la cara del capitán Quin. Pero estaba destinado a ser un hombre errante. Y el combate singular con Quin le obligó a iniciar sus viajes a edad muy temprana. Como pronto veremos”. Sus intervenciones, siempre elocuentes, acompañan la increíble historia de este singular irlandés a finales del siglo XVIII.
Luego de batirse a duelo con el capitán Quin, en disputa por el amor de Nora, Redmond Barry debe huir hacia un rumbo incierto, que a partir de ese momento se vuelve camaleónico, cambiando y tentando la suerte rítmicamente. Se enrola en el ejército, participa de la Guerra de los Siete Años, deserta y cuando intenta huir es capturado para convertirse en espía de un capitán del ejército prusiano. Cuando logra escaparse nuevamente –esta vez gracias a la ingeniosa ayuda del Chevalier de Balibari, con quien contrae amistad y triunfa en el juego- su objetivo es llegar a ser un caballero y no descender jamás de ese rango. Hasta que la tragedia imprime el sello a sus días y la caída es inevitable, atroz.
Es la décima película de Kubrick y en varios aspectos llega, sin dudas, a la perfección, mucho se ha hablado de ello (así y todo no fue favorecida ni por el público ni por la crítica y ha permanecido, tal vez, a la sombra de otras aclamadas obras del director). También expresa cuestiones de orden universal, el protagonista atraviesa todo tipo de situaciones y sentimientos: los duelos y la muerte, la guerra, la vida disipada, la amistad y la soledad, la ambición, el deseo, la dicha, la infelicidad, la codicia y la traición, la frustración. Propone, por lo tanto, múltiples formas de abordarla, pero ¿cuál elegir?
Esa mirada, esa manera de mirar.
Una de esas formas sería decir que Barry Lyndon es la obra maestra de Kubrick, donde su perspectiva se presenta tan imponente y perfecta que hiere. De acuerdo a ella, el cineasta acomoda y dispone los elementos instaurando su propio orden del mundo para mostrar las vicisitudes que pueblan el vago destino humano (encarnado en la figura del protagonista). Esa mirada genial y absoluta, trastoca todo orden previo en el que pudiera descansar nuestro propio modo de ver; y logra efectos cercanos a lo sublime.
¿En qué consiste esa manera de mirar y cómo configura Kubrick su universo?
El conflicto en torno al deseo, por ejemplo. Fear and desire (Miedo y deseo) del año 1953, es el nombre de su primer largometraje –al que no le gustaba referirse- donde esta asociación ya es poderosa y sugerente para representar a un grupo de soldados que quedan varados en territorio enemigo luego de un accidente y se debaten desesperadamente hasta la impotencia o la locura entre sus miedos y sus deseos antes de tomar decisiones y avanzar.
Por otro lado, las relaciones amorosas son grandes zonas de conflicto en sus películas. El deseo femenino es siempre enigmático y el hombre no tiene posibilidad alguna de descifrarlo. Su reacción es la incomprensión, la violencia. En Lolita (1962) Dolores Haze, el objeto del deseo de Humbert, también es el centro de su perdición. Eyes wide shut (1999) directamente aborda a un matrimonio en vías de desintegración. Bill, no puede comprender la naturaleza del deseo de su esposa, Alice, y entra en una serie de situaciones intrincadas que acentúan su confusión. Al final de su dilatado periplo, cuando aún sigue desconcertado, le pregunta a su esposa qué hacer al respecto, ella responde sin vacilar “fuck”, y esa es la memorable última línea de la película –de todas las películas de Kubrick- . Allí Alice vuelve a invocar su deseo.
En el caso de Barry Lyndon la acción de desear es un motor dramático: el primer duelo sucede por Nora, quien enciende la pasión del joven Barry, pero luego lo repele, porque prefiere casarse con un capitán inglés por conveniencia, a quien Redmond reta. Más adelante, contrae matrimonio con Lady Lyndon para adquirir posición, riquezas y un nombre noble, pero es incapaz de adentrarse e interpretar el hieratismo de su esposa, mucho menos de complacer su deseo, lo ignora. En lugar de eso, ultraja una y otra vez el matrimonio, desprecia a su esposa, cada vez más taciturna y melancólica, a pesar de haber tenido un hijo, se ve sumida en la depresión y el aburrimiento. Toda esta situación culmina con el reto a duelo de Lord Bullingdon, su hijastro, que no soporta más el dolor infligido a su madre. Una alternativa trágica.
El vínculo social viciado es otra parte importante en la mirada que construye Kubrick. La relación con su antecesora A Clockwork Orange (La naranja mecánica) del año 1971 es interesante en términos de paralelos y contrastes A pesar de las diferencias entre la Inglaterra del rey Jorge III –lejana a nuestros tiempos- y la Inglaterra futura, presentada como una distopía, sobresalen algunos rasgos constantes, inamovibles, casi esenciales que Kubrick parece subrayar en una y otra, sin importar las distancias en el tiempo, como si continuara hablando de lo mismo, aunque con registros muy distintos: la hipocresía, la violencia, el castigo al individuo cristalizado en actos horrorosos. Ambas montan una gran representación: en ellas todo es mentira, todo es falso, no hay nada auténtico, ni en los sentimientos, todos son personajes exagerados, impostores. ¿Qué lugar deparan este tipo de sociedades además de la aniquilación de la persona? Tanto Redmond como Alex naufragan en inflexibles protocolos y lo que queda de cada uno luego de la lucha por permanecer en ellas es algo fantasmagórico: dos hombres vacíos, despojados de su alma, impedidos de ser.
La violencia de Redmond tal vez halle su máxima expresión en los azotes que descarga contra su hijastro debido a que él lo rechaza y no lo reconoce como a un padre. “Cómo me tratan a mí yo trato a los demás. Nunca había usado una vara contra un lord, pero si me obligáis, me acostumbraré rápidamente a hacerlo.”, dice luego de humillarlo hasta extremos irresistibles y en estas palabras parece resonar un resentimiento que encuentra un desahogo, un chivo expiatorio en el pequeño Lord Bullingdon.
Entonces, sucede que todo comienza a desmoronarse. Como el héroe trágico griego, cuya desmesura –la hybris– lo ciega, la mayor tragedia de Barry Lyndon es no poder ver que todo se diluye mientras intenta habitar su mundo de salones palaciegos: la espantosa muerte de su pequeño hijo (de la cual casi es artífice involuntario) el insidioso odio que acumula su hijastro, el pozo de tristeza en el que cae Lady Lyndon. Y mientras sus propias acciones se vuelven en su contra: la ruina financiera que provoca, sus improcedentes modales y conductas desbordadas ante los demás, los exabruptos de un imposible lord.
Y este es un aspecto vertebrador en Kubrick. Si pensamos en otros personajes de sus películas, veremos que casi todos son un símbolo del desmoronamiento personal: los soldados extraviados y enloquecidos en Miedo y deseo, el astronauta que viaja sin retorno en 2001: Una odisea en el espacio, el escritor que llega a la demencia en The shining, el líder pandillero capturado y reseteado mediante un macabro experimento gubernamental en A Clockwork Orange, el circunspecto profesor de literatura Humbert Humbert en Lolita, o el esposo apacible y complaciente que pretende ser Bill en Eyes wide shut, todos ellos parecen hacer un mismo trayecto imbatible, cuyo único final posible es desaparecer, al menos como las personas que intentaron ser.
El duelista, el soldado y el desertor, el benéfico amante de Lischen, la campesina solitaria (y tal vez su único amor verdadero), el espía, el jugador y timador profesional en los salones aristocráticos, el amante y luego esposo de la condesa Lady Lyndon, el adúltero y el traidor, el vanidoso, el snob, el padre tierno pero padrastro abominable, el borracho, el trepador finalmente abatido en la escalada de su ambición por obtener un ansiado título de nobleza, el simplón y el buen Redmond, cada uno de ellos termina arrasado y la vuelta ruinosa a su Irlanda natal es solo una parte de la humillación (como si fuera una odisea invertida, donde el regreso no significa ningún reconocimiento, sino la caída en la ignominia).
¿Alguien que ha vivido su vida corriendo todos los destinos posibles no amerita una epopeya de sus fracasos? Solo mirando con los ojos de Kubrick, a través de su mirada omnipotente, podemos ver la historia de Barry Lyndon, a quien le falló la suerte, como una pieza épica que encuentra su propia melodía. Y nos obnubila.
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Qué bellamente escrito está este análisis que me obligó a volver aver la película. Muchas gracias por eso.