CICLO GRANDES DIRECTORES (6): JEAN-PIERRE MELVILLE
CICLOS . GRANDES DIRECTORESEL LOBO SOLITARIO
por Rodrigo Buedieman
“Soy perfectamente consciente de la extraordinaria deshonestidad que supone ser eficaz,
pero al espectador nunca se le debe permitir ser consciente de hasta qué punto todo está manipulado.
Debe estar hechizado, prisionero de la película“.
El cuerpo fílmico de Jean-Pierre Melville puede corroborarse en su propia cita. El dominio de la puesta en escena y la rigurosidad en los desplazamientos de cámara para que el espectador ubique su atención no donde quiera sino donde le sea sugerido, son marcas indiscutibles del director. Ahí radica su posible deshonestidad, el espectador es utilizado a fin de consumar la especificidad del relato, estar inmersos sin pestañear. La gran fatalidad del cine clásico norteamericano. La deshonestidad es discutible, al fin y al cabo, de eso se trata el cine, de tomar postura frente a la dominación del relato. La conciencia de Melville frente a la supremacía es irrefutable. Su cambio de apellido, si bien es extra-cinematográfico, no hace más que corroborarlo. Suplantó su apellido Grumbach por Melville en honor al gran escritor Herman Melville.
Rodó solo 13 películas en 23 años, pero creó un universo habitado por gangsters, maleantes y policías donde lo que se respira es la muerte. Hombres desolados sin pasado histórico donde la única moral es la camaradería. Lo que construye es un territorio mítico, los sentimientos deben ser oprimidos en un mundo que se destruye y los únicos supervivientes son los desdichados lobos solitarios.
Melville fue un hombre que vivió para el cine (“hasta cuando duermo hago películas”), su necesidad lo llevó a ser uno de los primeros autores independientes en producir sus propias películas. Los jóvenes críticos de la revista Cahiers du Cinema lo consideraron un pionero y modelo a seguir, pero a diferencia de ellos tenía plena conciencia de la necesidad de un construir una estructura que permita concebir la constitución de un proyecto fílmico: “Creo que debes estar locamente enamorado del cine para crear películas. También necesitas un enorme equipaje cinematográfico”.
Las películas que componen el ciclo “Jean-Pierre Melville”:
BOB, LE FLAMBEUR (1956)
Primera película de Melville dentro del mundo del hampa. Si bien aún su sistema no alcanza la sofisticación de sus últimas películas, todas sus ideas están contenidas a través del personaje principal Robert Montagné alias “Bob”, un delincuente de poca monta recuperado. Como es de esperar, la tentación a delinquir pondrá un plan en ejecución: el robo a la caja de seguridad de un casino. Por absurdo que parezca, el atraco y las consecuencias de ceder a la tentación no es aquí lo importante; menos aún las circunstancias que llevan a la delincuencia. Hay una ciudad paralela, una Paris nocturna que se rige bajo otras coordenadas. En esa orbe, Montmartre no es un barrio bohemio de pintores, sino un suburbio oscuro donde transitan almas sin futuro. No tener un destino más allá de la supervivencia, no implica que no haya conductas de entendimiento entre los seres humanos.
MORIR MATANDO (Le Doulos, 1963)
También dentro del universo del crimen y segunda colaboración con el actor Jean-Paul Belmondo luego de Un Cura (Léon Morin, prêtre, 1961). Aquí el sistema de Melville se empieza a complejizar. La soledad en un mundo que avanza presenta un problema para algunos. Los sujetos tienen deseos y ellos deben ser cumplidos a cualquier costo. El fondo es el crimen organizado. La intricada trama tiene por objeto corromper el sistema de valores que era incuestionable en Bob, le flambeur. La lealtad entre los individuos es restituida en una escena clave que permite comprender el sistema que propone Melville. En un bar, el personaje interpretado por Belmondo explicita las estrategias de sus movimientos intercalado con imágenes en tanto flashback. El manto de sospecha de la traición no parecería ser el que suponíamos. El orden es restablecido. Sin embargo, Melville no hace elogio del delito, el uso de la violencia conlleva consecuencias.
EL SAMURAI (Le Samouraï, 1967)
Primera película en colaboración con el actor Alain Delon. Hay una anécdota nunca del todo corroborada, se dice que Melville convenció a Delon de interpretar el papel argumentando que durante los primeros diez minutos no iba a emitir palabra. Si es verdad, Delon no se equivocó en aceptar el papel. El samurái es la película de un director consumado, alguien que tiene pleno control sobre lo que hace. El comienzo del relato es un indicio de su manipulación. Jef Costello (Delon) maneja un auto robado y frena ante un semáforo en rojo, un zoom se acerca a su rostro. Otro auto frena a su lado, descubrimos a un mujer. Ella mueve su posición para que sus miradas se crucen mientras otro zoom nos acerca también a su rostro. Desvían las miradas, y ella continúa su camino. La mujer nunca más volverá a aparecer durante el relato. Melville sugiere en principio dos cosas: por un lado, la “deshonestidad” de su cita al comienzo de la nota, por otro, la libertad para seguir potenciando su procedimiento.
Si en Morir Matando se cuestionaba la lealtad en un mundo marcado por la criminalidad, Melville entiende que en El Samurai debe ir un paso más allá. La pérdida de la nobleza que se anunciaba en Morir Matando es un hecho consumado, ya no hay tiempo para el amor, alguien debe sacrificarse para que el devenir sea cuestionado.
El autor se hace presente: hay una escena formidable. Jeff, luego de asesinar a un desconocido por encargo e idear un plan perfecto, es llevado a un interrogatorio dentro la comisaria. Luego de la rueda de reconocimiento, la acción se separa en cuatro espacios. La oficina del comisario, la oficina donde está demorado Jef, la oficina donde se encuentran los testigos y un cuarto donde posibles asesinos visten de forma similar. El comisario deambula de un espacio a otro manejando los tiempos. La cámara se posiciona con cierta distancia que permite ser parte del espectáculo que propone el comisario, pero al mismo tiempo el saber que tiene el espectador sobre el asesinato cometido le proporciona un nuevo espacio, un espacio cinematográfico que se proyecta en su mente.
UN FLIC (1972)
Tercera y última en colaboración con Alain Delon. En realidad última película de Jean-Pierre Melville. No sabemos qué películas o qué camino hubiese tomado su cine, se sabe que tenía un proyecto avanzado sobre una adaptación de la novela La Condición Humana de André Malraux; pero si hay algo que no se puede negar es que Un Flic, como cierre de una filmografía y construcción de un universo, es un cierre ideal. Aquí Delon ya no es el criminal, sino el policía. En orden de seguir modificando el universo propuesto, parecería no estar del todo definido quienes son los buenos y quienes los malos. Un intercambio de roles parecería ser la ecuación. La trama del relato ya no es lo importante, sus desvaríos son abrir posibilidades y no definir un camino al que llegar. El robo al banco al comienzo de la película y el robo a un tren en tiempo real exponen esa dirección. Lo que se propone es el comienzo de las coordenadas de un universo nuevo. Aunque no sea deseado, el asesinato de un amigo replantea todos los valores incuestionables que se proponían en Bob, le flambeur. Probablemente el cine de Melville se hubiese encaminado en otra dirección, pero eso es ya del orden del misterio.
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