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Written by Videoteca Aquilea on 3 marzo, 2021

LIBROS DE CINE (9): JOHN WATERS: Mis modelos de conducta | Carsick

LIBROS DE CINE . NOTAS

Un universo propio

por Mariana Petriella

Mis modelos de conducta (288 páginas)
Carsick (320 páginas)
John Waters
Editorial Caja Negra

Nunca hizo una película que no estuviera escrita por él. Ha escrito a todos sus personajes. Todos sus shows. Básicamente todo lo que hace lo escribe. Ha sido periodista y en todos los proyectos que realiza es el escritor. Ha publicado varios libros, ingresando al terreno propiamente dicho de la literatura.

Durante la última década Caja Negra propició que esta faceta del genial director de Baltimore pueda darse a conocer con mayor amplitud, gracias a la publicación de dos títulos de su más reciente obra literaria: Role Models (Mis modelos de conducta, 2010, libro consagrado por la crítica, un hito en la profusa carrera de Waters) y Carsick (2014). En la actualidad, según ha comentado públicamente, está sumergido en la escritura de una novela, forma narrativa  por la que profesa gran admiración, al punto de reconocer en ella a la literatura de verdad, y que, admite, se le presenta algo escurridiza, como un arte al que todavía no ha sido capaz de dominar. Mientras depositamos toda nuestra fe en que logrará hacerlo y seguimos a la espera de esa obra mayor, podemos dejarnos embelesar al descubrir en sus libros existentes la seducción que ejerce el engranaje de su máquina literaria.

Mis modelos de conducta es un libro cuya esencia es la miscelánea. Alterna en su trama la narrativa con varias entrevistas, es tributo y a la vez confesión, es la confección de un anti canon integrado en su mayoría por personas y artistas expertos en reprobar, también es el resultado de una minuciosa investigación basada en un asombroso archivo personal acerca de grandes lunáticos de Baltimore, es una guía de recomendaciones y arengas, contiene perfiles biográficos, es un libro de profundo agradecimiento, una incitación a la especulación cuando no al debate, es un manifiesto. Pero sobre todo es un libro escrito con amor, la devoción asoma en cada una de sus páginas. Creo que ese es uno de sus rasgos refulgentes, principio rector y unión de materiales diversos. El sentimiento que destila John Waters a sus modelos de conducta un poco contagia y nos revela a las personas que los encarnan más allá del bien y del mal, su escritura los proyecta junto con el halo de lo excepcional, ya sea dado por el factor de lo divino o lo monstruoso.

A lo largo de diez capítulos se despliegan varios elementos que revelan ciertas vetas de la intimidad de Waters, como gustos literarios, afinidades o elecciones artísticas muy tempranas, junto a la narración de anécdotas sucedidas en distintos momentos de su vida que insinúan algo así como una autobiografía fragmentaria (que ya había practicado en Shock Value, 1981). Indudablemente la escritura autorreferencial es parte esencial de su literatura, como si la historia íntima fuera siempre más estimulante e interesante para la imaginación, se vuelca la mayoría de las veces a la autoficción, forma que se expresa más acabadamente en Carsick, escrito unos años más tarde.

El humor negro que jamás lo abandona es otro elemento cohesivo dentro de esta galería ejemplar y dispar, capaz de empalmar uno de los capítulos más significativos y emotivos del libro, sobre Leslie Van Houten (condenada por los asesinatos del matrimonio La Bianca cometidos en 1969 bajo las órdenes de Charles Manson) cuyo relato se centra en la amistad forjada entre ambos a través de las visitas que J.W. realiza en la cárcel de manera sostenida durante décadas y propone el cuestionamiento junto a la reflexión acerca de la culpa, la pena, lo obnubilado del sistema judicial respecto a su condena; con otro capítulo tan increíble y jocoso como el que dedica a Bobby García, su pornógrafo outsider preferido, capaz de shockearlo inagotablemente con sus historias de rodajes bizarros mientras lo entrevista en su rancho de suburbios, donde vive entre montones de ratas y perros, manteniéndose en el anonimato para evadir posibles escándalos como los que ya ha debido burlar. Waters escribe sobre él desbordado por una admiración infinita, teñida de una sana envidia artística, podría decirse, hacia quien es un gran artista y no lo sabe: “Seré gentil, Bobby. Y cada vez que vuelva a ver una de tus cintas y te escuche decir “insúltame”, lo haré. Eres un genio, Bobby. Un maldito genio.”

El mismo fervor dicta la letra de otros capítulos como el dedicado a Rei Kawakubo, a la importancia de la vestimenta en su vida y de una moda desquiciada como la diseñadora japonesa concibe. Incluye unos cuantos consejos para sobrellevar los atuendos adecuados en distintas ocasiones y lugares, cómo lidiar con la moda, el relato de sus visitas emocionantes a los locales de Comme des Garçones diseminados por varias ciudades del mundo: una boutique neoyorquina con la apariencia de una morgue y otra tienda londinense que directamente parece inspirada en Mortville, la terrible villa a la que llegan buscando refugio mientras huyen las protagonistas de su película Desperate living (1977). Cuenta también allí cómo comenzó a usar su bigote copiando el estilo de Little Richard (otro de sus ídolos que merece capítulo aparte) y su aventura como modelo en la pasarela parisina para un desfile de Rei Kawakubo. Finalmente, esboza una breve lista de deseos especiales que tiene en reserva para pedirle a su diosa. “También ustedes pueden tener una marca icónica. No se trata de tener dinero, se trata de tener un look. La hermosa activista negra Angela Davis, que ayudó a liberar a los hermanos Soledad en los sesenta y terminó en la lista de los diez más buscados por el FBI, es reconocida en la actualidad -para su disgusto- más por su peinado afro increíble que por su radicalidad.” La importancia del estilo según John Waters: comprar a contramano ropa que esté mal, ese sería un valioso principio. Porque reprobar puede ser una forma de inventarse el estilo, una cierta clase de felicidad que jamás defrauda.

En “Ratón de biblioteca” confiesa su pasión hacia los libros y la lectura. Artífice de una biblioteca dotada con más de ocho mil ejemplares catalogados, Waters hace un listado de cinco libros imprescindibles para una vida feliz que permita leer las “pequeñas historias de terror en las vidas de los demás” (la línea es de Pink Flamingos). Allí están Denton Welch y la mejor novela gay que se haya escrito jamás sobre la furia adolescente, Dos damas muy serias, de Jane Bowles, otra novela que podría convertirnos en verdaderos lectores luego de atravesar sus páginas, o Ivy Compton-Barnett, esa mujer misteriosa y hierática, que escribe sobre verdades elementales con una elegancia extraordinaria. El escritor que ocupa un capítulo aparte entre sus modelos es Tennesse Williams, quien no solo marcó sus inicios como ávido lector, cuando buscaba en las bibliotecas los volúmenes de sus cuentos prohibidos por las monjas, sino que le salvó la vida siendo una de sus primeras malas influencias con toda esa ambigüedad y confusión sexual que emanan sus obras. ¿Acaso alguien hubiera podido salvar a Tennesse? se pregunta Waters. Cualquiera que haya leído sus extraordinarios  Memorias (las recomiendo fervientemente) podría ensayar su propia respuesta -por cierto, existe una edición con un prólogo de J. W., quien cierra el capítulo instándonos a releer toda la obra del gran dramaturgo; y bueno ¿por qué no hacerle caso?-.

De la literatura nos transporta a la vitalidad que el arte inocula en su vida cotidiana: “Vivo solo pero tengo un montón de compañeros en el hogar. Afortunadamente no son seres humanos”. Lo acompañan obras de artistas contemporáneos que colecciona en sus casas y escribe un capítulo sobre ellos. Propone desplazar a la crítica de arte y no mirar con “ojos artísticos”. En su lugar, comparte sus impresiones íntimas y espontáneas, sin acartonamientos, logra una visión muy accesible y empática de las obras y los artistas: las pinturas de Cy Twombly, siempre abrumador, atractivo, aterrador, las anodinas fotografías de Fischli y Weiss o las de Moyra Davey, verdaderas naturalezas muertas de lo cotidiano, las particulares esculturas y dibujos de Paul Lee, hechas con deshechos. “Quiero un artista que pueda realizar algo asombroso con casi nada (el opuesto exacto de la realización cinematográfica)”.

Los bares extremos de Baltimore tienen sus heroínas, barwomans como Sheila, alias Lady Zorro, una stripper lesbiana y ruda que regenteaba uno, fuente de inspiración inagotable para J.W., quien revisa la tumultuosa vida de su musa entrevistando extensamente a su hija Eileen. O Esther Martin, quien inspiró el personaje de Serial mom (1994), dueña del Club Charles, punto de encuentro de enfermos mentales, alcohólicos y locos de todo tipo a quien Waters ha conocido en sus “noches de los mil tragos”. Pero es Madalyn Murray, la mujer más odiada de Norteamérica, obsesionada por separar la iglesia del estado, asesinada brutalmente junto a su hijo por un matón, su modelo para ejercer su ocupación definitiva, ser un líder de culto, de eso se trata el genial capítulo de cierre: cansado de ser reconocido como cineasta de culto, se imagina como líder santificado de un movimiento de repugnancia que aniquile la tiranía del buen gusto. Nos invita a seguirlo como modelo, a rezar la oración de Divine en Mondo Trasho (1969) para redimirnos. Luego arenga a cuestionarnos de todo -siempre al cristianismo- a promover la libertad sexual, abrazar la propia enfermedad, entre otras acciones: “¡Vayamos todos a gritar! ¿Qué les parece hacerlo en las reuniones contra el aborto? Imaginen interrumpir y salpicar Popper sobre todos los hombres repugnantes que se atreven a decirles a las mujeres qué hacer con sus cuerpos? ”

Si Mis modelos de conducta expresa algunos fragmentos de una autobiografía que siempre sigue escribiendo y revela de manera visceral su universo propio, su siguiente libro registra puntualmente una aventura inusual, un viaje casi dantesco, donde sostiene la escritura autorreferencial.

La audacia de Carsick radica en transcribir el riesgo y la aventura que suponen sus experiencias vividas durante un viaje a dedo desde su casa en Baltimore hasta su departamento en San Francisco, es decir atravesando EEUU. Compuesto por tres partes: “Buen viaje, Mal viaje y Viaje real” a las que llama nouvelles y una historia de no ficción, correspondientes a dos posibilidades ficcionales: lo mejor y lo peor que podría pasarle en la travesía; y por último cuenta lo que realmente sucedió. Casi como tres libros en uno, incluyendo su visión edénica del viaje, la infernal y la real. Esto, en términos de John Waters implica rozar situaciones delirantes de todo tipo, lo extravagante que conocemos a través de sus películas aparece en la verborragia de este enloquecido diario de ruta. Pero también implica mirar a su alrededor con ojo fino concediendo la atención al detalle, describir un mundo muchas veces desangelado con una humorada sagaz, la soledad de paisajes desérticos o ciudades fantasmales con ánimo anhelante, retratar personajes que cobran todo su brillo y relieve bajo su óptica, o adentrarse en la fibra íntima de sus temores y de sus mayores expectativas respecto a la aventura, esas que cultiva casi como un niño que se lanza a lo desconocido.

¿Hay algo más emocionante que salir sin rumbo fijo? “There was nowhere to go but everywhere, so just keep on rolling under the stars. (No había lugar a dónde ir, excepto a todas partes, así que sigue rodando bajo las estrellas.”) Como si fuera una glosa de la cita de Jack Kerouac (la novela es En el camino) a eso apuesta Carsick, a la emoción de todo lo inesperado que está por venir. Waters retoma sus deseos de beatnik mediando los sesenta años y el relato de su experiencia la verdad que inspira. Si lo peligroso es quedarse en casa, habrá que salir a encontrar el viaje sin imponerse reglas para experimentar las más irracionales vacaciones, hacer recorridos nuevos. Y rodar bajo las estrellas una vez más.

Quizás me guste tanto el John Waters escritor como el cineasta. Si sus películas suelen generar una especie de fanatismo instantáneo, no menos sugestiva me resulta su literatura, donde la personalidad del escritor se consolida explayando su genio, su escritura no obedece límites ni géneros, al contrario, se mueve cómodamente en la creación de textos eclécticos, audaces, hermosos. Y sorprende. No por sus temáticas, historias, personajes o recursos, que tal vez trazan esa lógica continuidad  con el cineasta. Hablo de su modo de realizar ciertas operaciones literarias concretas, como deshacer categorías establecidas, tergiversar rígidas conceptualizaciones, provocar rupturas y lanzarse una y otra vez al juego implícito que propone moverse en esa zona rara, imprecisa e inestable de la literatura situada entre la ficción y la no ficción.

Tags: Editorial Caja Negra, John Waters

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